Tuesday, December 21, 2010

vamos por unas piedritas...


Voy a tratar de explicar esto un poco más. Punto número uno; a Don Lalo le gusta jugar al albañil. Punto número dos; a Don Lalo le gusta levantarse temprano a “trabajar”. Si había construcción en la casa me tocaba ir a las 7 de la mañana a comprar cemento o cubetas de arena, las cuales tenia que subir a la azotea, si era verano había que impermeabilizar la casa. En su momento nunca entendí por que tenia que hacerlo cada año con Fester de “15 años” o por que había que pintar las paredes una y otra vez. Lo de cortar las hierbas en Tlayacapan tampoco me quedaba muy claro y mucho menos lo de ponerme a poner Talavera en la cocina.

Regresando de la cena de Navidad no fue la excepción. No importa que ya este grandecito ni nada. Entrando a la casa fui sorprendido por un Don Lalo luciendo sus mejores trapitos trabajadores y chalequito cazador. El castigo: vamos a robarnos unas piedras de la calle. La teoría es muy fácil, nos subimos al coche, el maneja y una vez localizada la piedra se estaciona junto a la banqueta. Yo, como soy el copiloto, abro velozmente la puerta, levanto una piedra propiedad del municipio de Temixco y la subo al coche.

El método funciona, no voy a decir que no, no he salido desde la cena de Navidad. Pero en cuanto a la calidad del trabajo hecho no se puede decir lo mismo. A la casa siempre se le metió el agua, la Talavera de la cocina se cayo al primer martillazo, todas las paredes tienen gotas de pintura y los cuartos de arriba siempre se hicieron con mezcla medio aguada. Ahora que de quien es la culpa: del indio crudo o de quien lo hace su “maestro” de obras…

Friday, December 17, 2010

a 30000 pies de altura... Dios mediante...

Ya voy de nuevo en el avión. Últimamente he tenido la peor de las suertes y mira que este no era el caso. Bueno con la excepción de la vez que a Martita se le olvidaron las visas, después de haber sido recordada en más de una vez por Don Lalo, lo cual desencadeno una serie de trágicos acontecimientos. Primero el pleito de ley entre los dos sobre tan tremendo descuido, de regreso a Cuernavaca fuimos detenidos en Indianácolis (la parte de Insurgentes que pasa por enfrente de la UNAM) por un tamarindo que ni multa nos dio por que Martita le hizo la llorona. Estaba escrito, no íbamos a llegar de ninguna manera. Al llegar a Cuernavaca había un mensaje en la contestadora, a principios de los noventas en México no había tantos celulares. Era Petaca. El vuelo se había atrasado, lástima que nos paramos a comer quesadillas en Tres Marías.
Esa fue la última vez que sufrí mala suerte en los aeropuertos en aquella tan querida década, es más, hasta me toco viajar con los pilotos de camino a Guatemala debido a que, según cuenta Don Lalo, un político llego a quererse sentar a chaleco en mi lugar. El primer lustro del nuevo milenio fue una serie de altibajos. Resulta que en nuestro viaje de generación a Cancún a las azafatas, como se les decía antes de que se pusieran de sangronas con que son sobrecargos, se les ocurrió irse a huelga. Tremenda sorpresa que nos llevamos en el aeropuerto al saber que a Cancún, en una de esas, ya ni nos íbamos. Fuimos a parar en el noticiero y no con la mejor cara, no habíamos dormido en preparación y cargábamos una cruz más grande que la que se lleva a los hombres el JC de Iztapalapa. Pero ahí termino mi mala suerte.  Camino a Roma me llamaron al podio para comunicarme la mala noticia de que me “iban a tener que mandar en business” ya que el vuelo estaba sobrevendido. Como no iba solo y sintiéndome poderoso por tan agravante situación le informe a la señorita que también tenían que mandar a mi amiga. En verdad que no hay mejor manera de viajar, lástima que como nos fuimos por American resulta que se necesitan tener 21 años para tomar así que nos tuvimos que conformar con juguito de naranja recién exprimido a 30000 pies de altura.
Esa fue la última vez que tuve buena fortuna en el transporte público. Los últimos 3 años han sido fatales. Creo que no he tenido un solo vuelo que salga a tiempo. Hace 2 años casi no llego a Navidad, hace 3 semanas tuve que correr por todo SFO por que perdía mi conexión, a Martita le perdieron la maleta y a mí ya me mandaron a segunda revisión tanto en Estados Unidos como en México. Casi me quedo atorado sin poderme subir al ferry de Victoria a Seattle por culpa de la Migra y ahora cada que me subo a un Pullman me toca sentarme junto a la persona que vomita. Lo único que falta es que me agarren los huevos… “Could you please step over here sir”… corrección, es lo último que me faltaba.

que bonita es la nieve... pero se vuelve hielo...

Hay muchas cosas que no es prudente hacer al chilazo y la primera que se me viene a la cabeza es irse a esquiar. Bueno a “esnoubordear” que es lo mismo pero no es igual. Pero como buenos mexicanos ahí vamos los Tres Amigos Seattlitas a averiguar cómo se hace. En realidad no era la primera vez que lo intentaba, hace 3 años que fui con Garciel, Carlitos y GG a esquiar a Stevens Pass. Como Garciel ya sabía me impartió su conocimiento con dos simples instrucciones: “Mira carnal, si quieres ir a la izquierda sacas el chile y para darle a la derecha sacas las nalgas.” Sobra decir que las instrucciones fueron un poco escuetas y no sirvieron para tanto. Es más, para lo único que sirvieron fue para que me salieran moretones en lo que tenía que sacar para ir a la izquierda y de lo de la derecha mejor ni hablo porque jamás pude dar vuelta en esa dirección.
No conforme con la experiencia previa y con mucho ánimo decidimos emprender camino a la montaña por primera vez en al menos 2 años. Con anticipación saqué mis ropitas y las puse sobre la mesa, estaba listo para la aventura. A la mañana siguiente pasaron Carlitos y San por mí y nos fuimos manejando rumbo a Snoqualmie Pass. A las 10:00 de la mañana ya estábamos listos y subiéndonos a las sillitas que te llevan hasta arriba. Bajarse de esas cosas es realmente un problema y digamos que no lo conseguí hacer bien ni una sola vez. Tanto me caí que uno de los cuates que trabajan ahí me pidió que si podía de favor no caerme porque quitaba mucha nieve y tenían que volverla a palear. ¡Pues enséñame que no lo hago a propósito!  Le debí de haber dicho pero como me dio pena nada más le dije que era sin querer.
 Una vez establecidos hasta arriba de la pendiente empecé a recordar las instrucciones de Garciel y con un sensual cadereo comencé a bajar por la montaña. Suelo. Esto a Carlitos le trajo muchos recuerdos de nuestro viaje anterior. En Stevens había una sección donde siempre me quedaba sin vuelo y entonces, lleno de determinación y con una llama en los ojos, decidí no frenar. Suelo. Después de incorporarme lo único que escuche fue una estruendosa risa como de cacatúa proveniente de Carlitos que bien podría haber causado una avalancha.
Así fueron pasando las horas, Carlitos desapareció y se fue a pendientes más avanzadas. A San le dieron una lección privada con tintes Ibéricos y yo… suelo. Lo peor del caso es que me acompañaba el Abejorro, a quien nos encontramos en la montaña, y cada que me caí tenía el detallazo de echarme nieve al frenar con los esquís. Tantas veces me caí que la nieve que tenía en la cara terminó por formar una máscara de hielo que me arrancó la piel. Después de varias horas de tratar de esquiar y yo solo dando vuelta a la izquierda decidimos terminar nuestra aventura. Llegué a mi casa lleno de moretones pero de muy buen humor. Me di cuenta que nunca voy a poder dar vuelta a la izquierda y no es por falta de habilidad. Es simplemente porque sacándolas fue como las perdió el Diablo y yo a eso no le hago.